Opinión Parlamentaria (08/04/2020). Artículo de Opinión del Parlamentario Daniel Ramundo, miembro de la Delegación argentina y del Movimiento Asociativo de los Italianos en el Exterior (MAIE), Grupo Argentina Federal.
El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud declaró al Coronavirus Covid 19 como una pandemia. Esa fecha significó, significa, y quizás significará, el inicio de un rotundo cambio en nuestros estilos de vida. Esta epidemia, originada en la ciudad china de Wuhan, se ha cobrado a la fecha 60 mil víctimas en más de 180 países. Naciones con gobiernos de todos los colores políticos se enfrentan con escasas armas eficaces a este enemigo desconocido, en una guerra cuyo saldo final resulta hoy una incógnita difícil de develar.
Respiradores, barbijos, jabón, lavandina y aislamiento social han sido las herramientas sugeridas por los especialistas con la finalidad de frenar, o desacelerar, la escalada del virus. Apremia la convocatoria a médicos y enfermeros, y se refuerza la provisión de camas hospitalarias y respiradores en los centros sanitarios. Algunos fármacos se prueban en individuos en distintas regiones del mundo, y científicos de todas las latitudes avanzan -con el aporte de desembolsos de recursos extraordinarios- y ya realizan ensayos, en la búsqueda de desarrollar una vacuna que pueda inmunizarnos. De cualquier modo, los pronósticos más optimistas vaticinan que no estará disponible hasta mediados de 2021.
El mundo empieza a sentir también los nocivos efectos económicos y sociales que provoca esta pandemia. La rápida propagación exige definiciones en tiempo real, y si bien esto está blindando el poder de los Estados, esta crisis seguramente traerá aparejadas modificaciones en la geopolítica mundial. Enhorabuena.
En la actualidad gobierna un orden global. Y el principal riesgo desde la rápida propagación de esta enfermedad y sus consecuencias, es que evolucionamos hacia un desorden global. Los gendarmes del capitalismo financiero globalizado proponen emisión de moneda, condonaciones de deuda e intervención del Estado. Dentro de nuestras sociedades la perspectiva a vislumbrar en un futuro mediato será, no solo recolectar los escombros de la globalización, sino planificar la reconstrucción de un mundo que debería restablecer las pautas que todavía eran posibles en las décadas de los ochenta y noventa. Muy diferente de lo que resultó ser, ilusorio primero, y luego imposible en los últimos años, los de la globalización extrema. Hoy celebramos el retorno del Estado, una organización donde la política es imprescindible. También precisaremos dosis de competencias y capacidades técnicas. Y cero comedia. En esto tomemos el ejemplo de la antigua Roma, la sabia Roma, allí a los actores, comediantes y bufones se les prohibía hacer política.
En el siglo XXI el capitalismo globalizado consolidó los indicadores de desigualdad en los países y generó mayor pobreza. Amén de destruir el planeta, con el desdén en el trato para con la naturaleza. Terremotos, inundaciones, incendios, sequías y esta pandemia son evidentes síntomas del desprecio por el cuidado del capital natural, un bien irrecuperable. Y la naturaleza nunca perdona.
El virus no derrotará al capitalismo, pero habrá que empeñarse para que, tras superar este trance sanitario con tintes de catástrofe, la experiencia adoptada sea la semilla de gestación de una "revolución humana", Byung-Chul Han.
Nadie se salva solo. El Estado y la política están obligadas a elaborar un proyecto colectivo cuyo propósito esencial sea restringir este capitalismo destructivo, salvar a la gente del hambre, resguardar el clima y el agua, en definitiva la vida en el planeta.
Branko Milanovic reflexiona sobre lo que él define como "capitalismo igualitario", una posición intermedia entre el "capitalismo político" que desarrolla China y Vietnam; y el "capitalismo liberal meritocratico" predominante en Occidente. En esta postura el Estado ocupa el rol de instrumento de redistribución, para asegurar que los frutos de la tensión entre el capital y el trabajo se repartan de un modo más equitativo.
Frente a los que temen una vuelta a los sistemas totalitarios Milanovic asevera que "la reducción de la desigualdad no conduce al comunismo. Después de todo, entre 1945 y 1980, tuvimos un período en Occidente de gobiernos de partidos obreros, socialdemócratas e incluso conservadores que redujeron significativamente todas las desigualdades en sus países sin abandonar el capitalismo".
La necesidad de capital y trabajo en las sociedades modernas, amén de los aportes teóricos, permite reconsiderar un añejo axioma: no basta enseñar a pescar, como pregona el liberalismo meritocrático, sino que hay que asignar mejor las cañas.
Es un momento clave para que se produzca la irrupción de una clase dirigente lúcida y comprometida con esta realidad. Es una oportunidad histórica.
Resulta esencial repasar nuestro pasado para entender este presente.
Nuestra joven Nación fue gobernada, desde finales del Siglo XIX hasta el golpe de estado de 1976, por autonomistas, nacionalistas, conservadores, radicales, peronistas y desarrollistas, quienes proyectaron y construyeron una sociedad moderna con niveles elogiables de desarrollo humano, social y productivo.
Cada período dejó evidenciado el perfil del gobierno de turno. Seguramente cada uno de nosotros sentirá apego y afinidad por uno o por otro. El contexto internacional no siempre colaboró en las etapas mencionadas.
La gestión liderada por el Presidente Alberto Fernández transita un centenar de días en el poder.
Las primeras decisiones apuntaron a declararle la guerra al hambre y a la deuda externa. Hoy se ha sumado otro enemigo, esta pandemia. Pero estamos movilizados y peleando. Nos Ilumina la llama de Malvinas.
Todos los componentes del sistema sanitario, público y privado; el personal de seguridad, las fuerzas armadas, los trabajadores agropecuarios y de servicios esenciales, y los productores rurales, en línea con ciudadanos de diversos rubros, despliegan sus conocimientos y sus denodados esfuerzos en el frente de batalla.
Pronto se verán los resultados, aunque confío en que saldremos de pie de esta pandemia, y fortalecidos.
Quedará por delante un enorme desafío: Resolver los temas de fondo. Resurgir desde estas ruinas e iluminar esta penumbra. El cómo es una de las cuestiones que debate el mundo.
Todos juntos es la única manera de derrotar a esta epidemia planetaria. Es la gran enseñanza que nos deja esta guerra. Todos juntos, con semejanzas y diferencias, pero todos juntos.
Desde el Estado, el gobierno deberá programar y planificar una agenda para el día después y cimentar la base de sustentación de un modelo de desarrollo.
Se hará inevitable recrear nuevas alianzas productivas. Recomponer la relación con el sector productor de alimentos, el campo. Somos conscientes de que, para un país con 45 millones de habitantes, con el campo no alcanza, pero sin el campo no se sale, no se puede. No hay industria sin campo.
Las Fuerzas Armadas deben ser parte activa de la sociedad. Nuestro territorio, nuestras fronteras y nuestros recursos estratégicos las necesitan.
Las organizaciones sociales dedican tiempo y no ahorran sacrificio en pos de cooperar con los sectores más vulnerables y humildes, con un amor y esmero admirables. Son las voces de lo que no tienen voz.
Urge trazar un nuevo orden territorial, político e institucional. Esta discusión hay que darla sin ojear los números de las encuestas. El hacinamiento, el hambre y la delincuencia que predomina en algunas de nuestras ciudades no podemos debatirlo con la vista puesta en quien se adueña o pierde un cargo político, sería una proceder cargado de egoísmo.
El fin de la pandemia, lleno de retos futuros, quizás sea la génesis de un mundo nuevo, más comprensivo. El virus golpeó transversalmente, no solo a los que menos tienen.
Resultará imperioso robustecer el Mercosur, nuestro bloque regional, para, desde este lugar, participar en el diseño y discusión del mundo que viene.
La región, con sus instituciones, debe recuperar las agendas fundacionales que nunca debieron abandonarse. Hay puntos insoslayables: Luchar contra la pobreza, poner fin al hambre, apuntar con énfasis a la seguridad alimentaria, salvaguardar la educación pública, garantizar la disponibilidad de agua y promover el crecimiento económico sostenido y sustentable. Y focalizar toda la atención en que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros.
La lucha por la democracia, y por solucionar el flagelo de una deuda que nos condiciona, deben ser posiciones firmes a defender interna e internacionalmente.
Hemos desperdiciado valioso tiempo decidiendo aspectos de política nacional y regional a partir del humor de las redes sociales, influenciadas por gurúes de turno, de los prejuicios sobre algunos países hermanos, o de las ganas de formar clubes de presidentes amigos, más que pensando en una integración de verdad.
La guerra del Paraguay fue una lección que legó un aprendizaje invalorable. No deberíamos volver a caer jamás en esos errores.
Tenemos el desafío de reconstruir LA NACIÓN. Con todos.
Para terminar, rescato un breve fragmento de nuestra historia para apuntalar la intención argumental de este texto.
El cruce de Los Andes fue uno de los sucesos de mayor relevancia de la guerra de la independencia. Objeto de estudio en prestigiosas academias militares de todo el mundo.
La épica del cruce, y las batallas libradas del otro lado de la cordillera nos liberaron.
Para alcanzar esa meta, el general José de San Martín, un brillante estratega, movilizó a toda la sociedad, sin distinción de clases. En El Plumerillo confluyeron mujeres patricias, chasques, esclavos, sacerdotes, milicianos, indios y granaderos. Todos fueron parte de la nación en armas.
ES CON TODOS