El triunfo del candidato republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos me ha llevado a una serie de reflexiones relativas al impacto que tendrá en nuestra región y las posibles respuestas ante la nueva situación internacional que se nos presenta.
En principio, creo que la figura de Trump ha sido tratada con cierta trivialidad en los medios.
Se lo ha presentado como un “outsider”, alguien por afuera de la clase política, que accedió a través de un discurso demagógico a un amplio sector de trabajadores y de la clase media baja blanca.
En parte esto es verdad, Existe que existe un sector de la sociedad norteamericana profundamente disconforme con la clase política encriptada en Washington DC que no da respuesta a sus problemas cotidianos. También es cierto que Trump ha obviado el “cursus honorum” de los políticos tradicionales: ejercer cargos municipales, gobernar un estado, ser congresista, etc.
Sin embargo, no debemos olvidar que Trump es un mega-empresario de la construcción que desde hace décadas ha ocupado un lugar protagónico dentro de la sociedad norteamericana, transformándose en una figura pública.
Tampoco Trump fue un candidato independiente, el ya presidente de EE.UU, jugó dentro de uno de los dos partidos tradicionales, el Partido Demócrata. Ese pasaporte se lo dio el apoyo de un sector de la clase empresaria que, indudablemente, también reclamó a través de su figura.
Dicho esto, es muy probable que el ascenso de Trump signifique, un cambio importante de la política norteamericana con respecto al exterior.
Los planteos de Trump, y los un grupo significativo de la industria norteamericana, apuntan a poner en discusión la integración norteamericana con otras economías y pone en foco la prioridad de la inversión en la industria del Estados Unidos profundo.
Plantea una política comercial claramente proteccionista elevando aranceles de importación. Por ejemplo, ha planteado aplicar un 45% a las importaciones chinas, pero en general hay un levantamiento general de aranceles. La consecuencia es la reducción de inversiones en los países emergentes.
Las inversiones públicas en EE.UU. absorberán gran parte del capital disponible y el incremento del déficit fiscal también deberá ser financiado. Todo ello provocará un aumento de las tasas de interés que dificultará el acceso al crédito para nuestros países.
La elevación de aranceles va a afectar las exportaciones hacia ese país en los rubros en los que somos competitivos.
Por otro lado, la protección hacia los productos de origen chino puede producir una superabundancia con la consiguiente caída de precios lo que al ingresar abundantemente en nuestros países, puede afectar a nuestros productos industriales.
Y como corolario de toda esta situación, Trump ha planteado revisar los acuerdos del NAFTA (North American Free Trade Agreement) que involucra a México y a Canadá y, mucho más importante para los países de nuestra región un freno al proyecto del TPP (Trans-Pacific Partnership Agreement), más conocido Acuerdo de Cooperación Transpacífico.
Esta nueva realidad, a primera vista poco favorable, nos presenta también un gran desafío. Por un lado, en los países del MERCOSUR habrá una tendencia hacia la búsqueda de un acuerdo bilateral con Estados Unidos o con otros países. Sin embargo, considero que a largo plazo, lo más conveniente para todos los integrantes del acuerdo es fortalecerlo y potenciarlo.
El MERCOSUR tiene que ser mucho más que un acuerdo comercial, y en este sentido hay que reconocer que existen innumerables “asignaturas pendientes”. Se deberían encarar obras de infraestructura interestatales, unificar normativas, proyectos conjuntos de inversión, moneda, crédito, etc. Y esto sólo en los aspectos económicos, también hay que trabajar en lo cultura, educativo, migratorio, etc.
Esta nueva coyuntura, es una nueva lección y se vincula con lo sucedido con el “Brexit”. Es necesario, alejar la idea de que una integración significa tanto pérdida de decisión democrática como un acuerdo de grandes empresas. Hay que evitar que los pequeños empresarios identifiquen la integración con quebranto económico. Y fundamentalmente, es necesario que la integración tenga un importante capítulo relativo a derechos sociales. La integración debe significar ampliación de derechos y no pérdida o disminución. Siempre resultará sencillo para las posiciones aislacionistas apelar a discursos demagógicos, xenófobos y discriminatorios si la integración no toma en este aspecto crucial.
Fernanda Gil Lozano
Parlamentaria del Mercosur