El influyente diario brasileño O Globo lanzó un preocupante llamado. “No se sabe hasta cuándo Brasilia estará pasiva, en nombre de un proyecto ideológico de montaje de una barrera en América Latina contra el ‘imperialismo yanqui’, un delirio. Al final, Perón y Getulio Vargas lo intentaron en la década del 50 y no dio resultado”. Luiz Lampreia, ese experimentado diplomático de Itamaraty, se preguntó en otro periódico, O Estado: “¿Deberemos seguir presentándonos, sin muchas chances, en compañía de la Argentina y Venezuela en las mesas de negociación?”.
Mujica y su vicepresidente Astori habían insistido en que Uruguay debe buscar nuevos horizontes. Por supuesto, el presidente lo hace desde su postura histórica argentinista y el vicepresidente a partir de la tradicional uruguayista, esto es esa búsqueda inasequible de ser de otro mundo en este, la famosa “Suiza de América”. Pero los dos nos están advirtiendo que la debilidad argentina llega al punto que ni siquiera atrae a su esfera al Uruguay.
La cuestión del Mercosur y de la integración de nuestra América, junto con las negociaciones comerciales y obviamente políticas que debemos entablar en todo el planeta, exceden largamente los escasos renglones de una nota de opinión como esta. Empero, intentaremos ceñirnos y expresar lo esencial.
Hans Morgenthau – un sapiente analista de la política de poder en el mundo- tiene afirmado que el prestigio de una nación es uno de los factores de su poder. Abre mil puertas y neutraliza mil acechanzas. En esta línea, es evidente que la Argentina viene desprestigiándose en las últimas cinco décadas y por ende declinando su influencia en América y en el mundo.
Cierto es que el país nuestro exhibe una contracara que nos desafía a intentar revertir el rumbo decadente: a pesar de tantos y absurdos desaguisados políticos, la Argentina sigue siendo poderosa. Sin ir más lejos mantiene una inmensa clase media y un sector obrero- manufacturero y rural – de gran aptitud productiva, con un desarrollo neuronal – lo que comúnmente llamamos talento – que envidia medio mundo. Por eso el país, no obstante su mala política, sigue en pie y preserva hálitos de esperanza.
Además, sus recursos son tan portentosos que aunque queramos quebrarla, la Argentina embiste contra sus defraudadores y se autosostiene, hasta pujante. Somos el segundo país en reservas de gas no convencionales y el cuarto en petróleo. Ni hablar del litio o el uranio, tan abundantes como decisivos para el futuro del avance tecnológico.
El presidente Juan Manuel Santos fue tan sintético como sagaz en la reunión de la Alianza del Pacífico en Cali en 2013: Sin prejuicios ideológicos, sin exceso de burocracia, sin tanto proteccionismo, con mucho estado de derecho, separación de poderes, todo el libre comercio de que seamos capaces, con respeto por la propiedad privada y fomento de la competencia y de la inversión, tanto propia como extranjera. Todo un resumen de un buen programa de gobierno. Santos dice que eso es la Alianza del Pacífico. Y el Mercosur, ¿qué es?
Somos una unión aduanera porque imponemos los aranceles comunes frente a la importación extraña al Mercosur, pero no somos una integración económica y mucho menos político-cultural. Se blande la ideología de la “Patria grande”, pero aún no hemos sido capaces de tener un libro de texto histórico común que unifique a los pueblos, la libre circulación de personas y bienes es obstaculizada por anacrónicos controles, no logramos acuerdos sobre seguridad, contrabando, combate a las redes de tratas y otros deleznables tráficos. Ni siquiera enlazamos las bolsas de Buenos Aires y San Pablo. Todavía no pudimos o no supimos instalar un centro de promoción comercial compartido en Beirut, así como los del Pacífico ya lo emplazaron en Estambul. Tampoco hemos mostrado mayor aptitud para integrar nuestras representaciones diplomáticas. Si lo hiciéramos podríamos cubrir todo el orbe y de paso ahorrar dineros públicos. Y dando un ejemplo de integración. Hasta mantenemos en la columna de los débitos que no homologamos todos los títulos educativos y profesionales expedidos en la Región presuntamente unida.
Salvo la integración en materia automotriz, apenas estamos esbozando otras, como aviónica o la nuclear. La seguridad y defensa común es apenas un borrador o carta de intención. Salir enlazados al Pacífico es también un proyecto. Una verbalización.
Cuando una idea se verbaliza mucho más que se plasma, estamos en el área de la retórica. Los pueblos se hastían – quizás demasiado tarde, convengámoslo – de las promesas que no se llevan a cabo.
No se trata de una integración apolítica, sólo comercial ¡Claro que la queremos integral! Pero no puede ser que la ideología nos tape la visión estratégica.
El aislacionismo es mal consejero. Seguir con el latiguillo del ‘imperialismo yanqui’ parece a esta altura o una inocencia o una insensatez. Todos sabemos que la única manera de controlar al imperialismo es desarrollarnos nosotros.
Es preocupante que el joven Mercosur exhiba signos de prematuro anquilosamiento. Es menester, con suma urgencia, devolverle jovialidad y pujanza. Necesita otra estrategia y nuevo pensamiento.
Alberto Asseef es Diputado nacional por UNIR