Estado y comunidad organizada o Mercado e individualismo

Opinión Parlamentaria (26/03/2020). Artículo de Opinión del Presidente del Parlamento del MERCOSUR Oscar Laborde.

La pandemia del coronavirus vino a manifestar de manera brutal y trágica una realidad que se venía consolidando en las ultimas décadas, especialmente en Occidente. La caída del Muro de Berlin provocó la defección de la socialdemocracia europea. Esta última se rindió ante la ofensiva neoliberal creyendo que perdería respaldo, pensó que era preferible ceder principios para mantener los votos y los gobiernos. Al final perdió principios, votos y los gobiernos. Y tras la rimbombante consigna del Fin de la Historia, se habilitó, sustentado principalmente por la escuela de Chicago y estipulado por el Consenso de Washington, la certeza que el mundo sería regido, de aquí en más, por el libre mercado, que todo solucionaría, y la ambición personal, el lucro irrestricto, la voracidad empresarial sin íimites. Y esto conllevó, de manera muy poco disimulada, a la evasión impositiva, a la existencia de " paraísos fiscales " ( una elegante manera de designar a esa escandalosa forma de delinquir con cifras ultramulmillonarias ). Y a la convicción de que el Estado era una molestia para el funcionamiento virtuoso de la economía y la actividad social.

Y eso trajo aparejado un brutal ofensiva sobre lo que habían acumulado los estados a través de los años con el esfuerzo de sus pueblos. Y sobre los derechos conseguidos en miles de batallas de nuestros pueblos. Se privatizó de manera despiadada, rematando a precio vil empresas estratégicas para el desarrollo nacional. Los servicios esenciales pasaron a ser operados por empresarios con una voracidad de lucro infinita y permitida por gobiernos que eran socios y cómplices de esa actividad. Se debilitó la salud pública y la educación, y no solo por las ganancias descomunales que eso acarriaba, sino para ir consolidando países de varios pisos, donde la desigualdad trepó a cifras encandalosas.

Además se abrió la economía, hundiendo así la industria nacional que, naturalmente, no podía competir en igualdad de condiciones con sectores de los paises centrales o con el dumping o bajos salarios de economias orientales. Destruyendo además los mercados internos, empujando a millones a una economía informal de subsistencia. Se atacó a las organizaciones populares, especialmente a los sindicatos, para poder hacer retroceder los derechos laborales y bajar los salarios, con la amenaza de la desocupacion.

Se desreguló la actividad financiera y se la complemento con un endeudamiento totalmente desproporcionado, solo útil para las ganancias de los grupos financieros, fugadores de divisas y fondos buitres. Y para condicionar a futuros gobiernos, que deben disponer importantes porcentajes de su presupuesto, sacándoselo al gasto social. Además, este modelo de enriquecimiento sin medir las consecuencias está comprometiendo el medio ambiente de una manera acelerada y alarmante.

Claro, todo esto generó, en los países que aplicaron esta modelo, una desigualdad insoportable. La ONG Oxfam reveló que, en 2019, 2153 multimillonarios tenían más riquezas que el 60% de la población del planeta. En base a datos publicados por la revista Forbes y el banco Crédit Suisse, esos ricos tienen más dinero que los 4600 millones de personas más pobres del mundo. Y la fortuna del 1% de los más ricos del mundo corresponde a más del doble de la riqueza acumulada de los 6900 millones de personas menos ricas, es decir el 92% de la población mundial.

Miremos a los Estados Unidos, la vanguardia y el faro de occidente. Nick Hanauer, uno de los millonarios de Estados Unidos, detalló que en 1980 el 1% poseía el 8% de la renta nacional mientras que el 50%, el 18%; ahora esa relación es 20% y 12%, respectivamente. En cuanto a esperanza de vida, ese país está en el lugar número 40, pero además mientras la de un hombre blanco con estudios universitarios es de 80 años, la de un hombre afroestadounidense con poca formación es de 66 años, según datos de una investigación publicada por el Centro Nacional sobre Pobreza de Estados Unidos.

La cifra de mortalidad infantil —el número de niños que fallecen por cada 1.000 nacimientos vivos— es otro indicador clásico de bienestar social. De acuerdo con el más reciente informe del PNUD, que utiliza datos de 2015, en Estados Unidos esa cifra se ubica en 5,6. Esto le coloca en el lugar 44 del mundo.

Un dato muy ilustrativo para estas horas de combate al coronavirus es la cantidad de camas de hospital por habitantes. Estados Unidos está en el puesto 76 con 2,8 plazas cada mil. Japón y Corea del Sur están en los primeros lugares con 13 y Alemania se ubica octava con 8. Tres países indiscutiblemente capitalistas, pero con otra concepción sobre el rol del estado.

La pandemia es ciertamente un hecho biológico, pero antes que nada un fenómeno social resultantes de las condiciones en que occidente ha producido, intercambiado y definido sus prioridades hasta hoy. Hemos llegado a esta situación porque el egoísmo social, la libertad de mercado y la competencia libre han dominado sin freno alguno, han debilitado y destruido casi todos nuestros medios de defensa colectiva.

La crisis del coronavirus obliga al mundo a un replanteo en el paradigma. Nos obliga a revalorizar la vida comunitaria, el rol del Estado, la solidaridad social, la defensa del medio ambiente. Sino no es así, estamos ante en inminente peligro de destruir nuestro propio mundo en el altar de la codicia y el individualismo.

Artículo publicado originalmente en el Diario Página 12 Argentina